Concierto de los Rolling Stones (El Ejido 01/07/2007)
El sueño de una noche de verano
“Hola, El Ejido. Buenas noches, Andalucía. Sentimos mucho el año de retraso y estamos encantados de estar aquí. Vamos a pasar un buen rato”. Con estas palabras, Mick Jagger y los suyos se presentan en la localidad almeriense. En el recuerdo, la caída de cocotero de Keith Richards y la oprobiosa cancelación, el verano pasado, por una afonía del cantante. Inverosímil pero cierto: 30.000 devotos de los Rolling Stones colonizan un pueblo de 76.000 habitantes.
El acceso a El Ejido despista. Las hectáreas de plásticos blancos conforman un océano de invernaderos. ¿Será aquí donde va a tocar la mayor banda de rock del planeta? Para un melómano, la sensación de extrañeza resulta parecida a la del pez tropical zambullido en un cóctel. Entre cultivos y sucursales bancarias, otro mar de grúas indica el frenesí urbanizador del municipio con la renta per cápita más alta de Andalucía. Llegar al Estadio Santo Domingo es fácil: el faraónico escenario de los Stones se ve, como una atalaya, desde cualquier punto. Además, el Ayuntamiento ha dispuesto señales por todas las arterias de tránsito. “Siga la flecha”, hasta el imagotipo de la lengua.
La tarde transcurre con rapidez. Y con mucho calor. En los laterales del recinto, miles de personas, diversos acentos y una riada de vendedores de camisetas, bebidas y bocadillos. Hay carpas donde sirven, gratis, 10.000 litros de gazpacho elaborado con hortalizas de la tierra. Una bendición a estas horas, que, por lo visto, no agrada a Mick Jagger, quien deja constancia, estomagante, en el ‘show’.
El circo del rock
Dentro, impacta la arquitectura del circo del rock n’ roll. Esa fachada de Guggenheim neoyorquino se convertirá en un arsenal de pirotecnia y fantasía. Los Rolling Stones conocen al dedillo los códigos del negocio. Saben darle al público lo que busca. El sueño de dos horas con el mejor espectáculo de rock posible. Desde que se levantan hasta que se acuestan, la formación de sesentones vive entregada al hecho privilegiado de ser un ‘rolling stone’. El promotor Gay Mercader, íntimo amigo de Keith Richards, los trajo a España por vez primera en 1976 y también ahora. Dice que “no pueden vivir sin esto”. Más tajante, el guitarrista apunta: “No puedo ni pensar en hacer algo con la idea de que sea la última vez”.
Parecen tocados por la mano de Dios. Lejos de cualquier grupo de ‘oldies’ en estado lamentable, los Stones les sacan los colores a muchos cadetes. Mick Jagger no para de correr y bailar durante toda la actuación, igual de apolíneo que un atleta veinteañero, y con la voz intacta a sus casi 64 veranos. Uno, de verdad, se queda boquiabierto. Porque, con un repertorio de copete inalcanzable, siempre pasean nuevas canciones en cada gira. Ni los accidentes de Richards jugando en árboles palmáceos. Ni los ingresos de Ron Wood en clínicas de rehabilitación para alcohólicos. Nada rompe la eternidad de las Satánicas Majestades. Y Jagger se ríe cuando le hablan del final: “Es una buena pregunta. La primera vez que me la hicieron fue en 1966”.
Guitarra ‘estoniana’
El estadio de fútbol de El Ejido, la “ciudad de los Rolling” por una noche, acoge al mismo tiempo la ‘Snake Room’ del pirata Keith Richards, donde el músico juega al billar con Ron Wood. Estas distracciones amenizan el tiempo de los guitarristas. A Richards, el rock le debe una opípara colección de ‘riffs’ y una manera de tocar. El gesto diletante y el sonido de la guitarra ‘estoniana’. En vivo gustan porque mantienen esa chispa. Aparentan improvisar, hacen el payaso y se divierten. Cada cual en su papel. Ron Wood serpentea con el ‘slide’. Charlie Watts, en cambio, devuelve ritmos exquisitos desde su pequeña batería, con el semblante enjuto de mayor de la clase. Pero Mick Jagger protagoniza más minutos en la pantalla gigante, que retransmite sus alardes de agilidad, chulería y gracia.
A las 22.43 horas, abren con ‘Star me up’, a la que sigue ‘You got me rocking’. A parir de aquí, un clásico tras otro. Vienen con ochenta temas preparados, aunque se decantan por la cosecha de los setenta: ‘Rocks off’, ‘Bitch’, ‘Tumblin’ dice’… Sorprenden desempolvando ‘Ruby Tuesday’, ‘Midnight rambler’ y ‘Paint it black’. Homenajean a James Brown con ‘I’ll go crazy’. No fallan las fijas: ‘Miss you’, ‘Honky tonk women’, ‘Sympathy for the devil’, ‘Jumping Jack Flash’… En el escenario móvil, entre el público, inyectan adrenalina sonando ‘It’s only rock n’ roll’ y ‘Satisfaction’. Cierran con ‘Brown sugar’ y el destello de fuegos artificiales. Final de la función. El crujir de las tripas advierte que volvemos al mundo real. Los afortunados se van a dormir a un hotel. Algunos lo intentan en sus coches. Otros, en el suelo a la espera del primer autobús de la mañana. Para los prosélitos, no se trata de simple rock n’ roll. Es mucho más.
Adiós, Trogloditas
Por la tarde, antes del concierto de los australianos Jet, Loquillo y Los Trogloditas comparecen media hora en lo que es la despedida del grupo después de tres décadas en activo. Se marchan preludiando a los Stones, por la puerta grande y al ‘Ritmo del garaje’. “Somos la banda más importante de España por galas, historia y discos vendidos”, según palabras de su enorme líder. La nota emotiva la pone Sabino Méndez, guitarrista y compositor original, que salta al redil y agarra el micro: “Esta canción la hice hace mucho tiempo, sin saberlo, para todos vosotros”. Reconocemos los primeros acordes de ‘El rompeolas’. El estadio se une al coro: “No hables de futuro, es una ilusión, cuando el rock n’ roll conquistó mi corazón”.
Texto: Eduardo Tébar
Fotos: Fernando Moreno
“Hola, El Ejido. Buenas noches, Andalucía. Sentimos mucho el año de retraso y estamos encantados de estar aquí. Vamos a pasar un buen rato”. Con estas palabras, Mick Jagger y los suyos se presentan en la localidad almeriense. En el recuerdo, la caída de cocotero de Keith Richards y la oprobiosa cancelación, el verano pasado, por una afonía del cantante. Inverosímil pero cierto: 30.000 devotos de los Rolling Stones colonizan un pueblo de 76.000 habitantes.
El acceso a El Ejido despista. Las hectáreas de plásticos blancos conforman un océano de invernaderos. ¿Será aquí donde va a tocar la mayor banda de rock del planeta? Para un melómano, la sensación de extrañeza resulta parecida a la del pez tropical zambullido en un cóctel. Entre cultivos y sucursales bancarias, otro mar de grúas indica el frenesí urbanizador del municipio con la renta per cápita más alta de Andalucía. Llegar al Estadio Santo Domingo es fácil: el faraónico escenario de los Stones se ve, como una atalaya, desde cualquier punto. Además, el Ayuntamiento ha dispuesto señales por todas las arterias de tránsito. “Siga la flecha”, hasta el imagotipo de la lengua.
La tarde transcurre con rapidez. Y con mucho calor. En los laterales del recinto, miles de personas, diversos acentos y una riada de vendedores de camisetas, bebidas y bocadillos. Hay carpas donde sirven, gratis, 10.000 litros de gazpacho elaborado con hortalizas de la tierra. Una bendición a estas horas, que, por lo visto, no agrada a Mick Jagger, quien deja constancia, estomagante, en el ‘show’.
El circo del rock
Dentro, impacta la arquitectura del circo del rock n’ roll. Esa fachada de Guggenheim neoyorquino se convertirá en un arsenal de pirotecnia y fantasía. Los Rolling Stones conocen al dedillo los códigos del negocio. Saben darle al público lo que busca. El sueño de dos horas con el mejor espectáculo de rock posible. Desde que se levantan hasta que se acuestan, la formación de sesentones vive entregada al hecho privilegiado de ser un ‘rolling stone’. El promotor Gay Mercader, íntimo amigo de Keith Richards, los trajo a España por vez primera en 1976 y también ahora. Dice que “no pueden vivir sin esto”. Más tajante, el guitarrista apunta: “No puedo ni pensar en hacer algo con la idea de que sea la última vez”.
Parecen tocados por la mano de Dios. Lejos de cualquier grupo de ‘oldies’ en estado lamentable, los Stones les sacan los colores a muchos cadetes. Mick Jagger no para de correr y bailar durante toda la actuación, igual de apolíneo que un atleta veinteañero, y con la voz intacta a sus casi 64 veranos. Uno, de verdad, se queda boquiabierto. Porque, con un repertorio de copete inalcanzable, siempre pasean nuevas canciones en cada gira. Ni los accidentes de Richards jugando en árboles palmáceos. Ni los ingresos de Ron Wood en clínicas de rehabilitación para alcohólicos. Nada rompe la eternidad de las Satánicas Majestades. Y Jagger se ríe cuando le hablan del final: “Es una buena pregunta. La primera vez que me la hicieron fue en 1966”.
Guitarra ‘estoniana’
El estadio de fútbol de El Ejido, la “ciudad de los Rolling” por una noche, acoge al mismo tiempo la ‘Snake Room’ del pirata Keith Richards, donde el músico juega al billar con Ron Wood. Estas distracciones amenizan el tiempo de los guitarristas. A Richards, el rock le debe una opípara colección de ‘riffs’ y una manera de tocar. El gesto diletante y el sonido de la guitarra ‘estoniana’. En vivo gustan porque mantienen esa chispa. Aparentan improvisar, hacen el payaso y se divierten. Cada cual en su papel. Ron Wood serpentea con el ‘slide’. Charlie Watts, en cambio, devuelve ritmos exquisitos desde su pequeña batería, con el semblante enjuto de mayor de la clase. Pero Mick Jagger protagoniza más minutos en la pantalla gigante, que retransmite sus alardes de agilidad, chulería y gracia.
A las 22.43 horas, abren con ‘Star me up’, a la que sigue ‘You got me rocking’. A parir de aquí, un clásico tras otro. Vienen con ochenta temas preparados, aunque se decantan por la cosecha de los setenta: ‘Rocks off’, ‘Bitch’, ‘Tumblin’ dice’… Sorprenden desempolvando ‘Ruby Tuesday’, ‘Midnight rambler’ y ‘Paint it black’. Homenajean a James Brown con ‘I’ll go crazy’. No fallan las fijas: ‘Miss you’, ‘Honky tonk women’, ‘Sympathy for the devil’, ‘Jumping Jack Flash’… En el escenario móvil, entre el público, inyectan adrenalina sonando ‘It’s only rock n’ roll’ y ‘Satisfaction’. Cierran con ‘Brown sugar’ y el destello de fuegos artificiales. Final de la función. El crujir de las tripas advierte que volvemos al mundo real. Los afortunados se van a dormir a un hotel. Algunos lo intentan en sus coches. Otros, en el suelo a la espera del primer autobús de la mañana. Para los prosélitos, no se trata de simple rock n’ roll. Es mucho más.
Adiós, Trogloditas
Por la tarde, antes del concierto de los australianos Jet, Loquillo y Los Trogloditas comparecen media hora en lo que es la despedida del grupo después de tres décadas en activo. Se marchan preludiando a los Stones, por la puerta grande y al ‘Ritmo del garaje’. “Somos la banda más importante de España por galas, historia y discos vendidos”, según palabras de su enorme líder. La nota emotiva la pone Sabino Méndez, guitarrista y compositor original, que salta al redil y agarra el micro: “Esta canción la hice hace mucho tiempo, sin saberlo, para todos vosotros”. Reconocemos los primeros acordes de ‘El rompeolas’. El estadio se une al coro: “No hables de futuro, es una ilusión, cuando el rock n’ roll conquistó mi corazón”.
Texto: Eduardo Tébar
Fotos: Fernando Moreno
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