Concierto de Jethro Tull (Atarfe 24/05/2007)
¿Demasiado viejo para el rock and roll?
Parece una broma. Hace treinta años, Ian Anderson se sacó de sus mangas de indigente uno de los títulos más lapidarios de la historia: ‘Demasiado viejo para el rock and roll, demasiado joven para morir’. En cuestiones de rock, está claro que el tiempo es selectivo. Y casi siempre sardónico. Cuando publicaron el disco, Jethro Tull gozaban de acomodo en el floreciente rock duro de los setenta. Antes, habían experimentado con blues, jazz, folk y rock progresivo. Pero los escoceses destacaban por una cualidad tan vistosa como la mota roja en la bandera nipona: su cantante tocaba la flauta.
Anoche, Ian Anderson volvió a Atarfe tres años después de su anterior pisada en suelo granadino. Está a punto de cumplir los sesenta. Ya no es el hippie melenudo y taciturno que actuaba como un demonio inquieto en la Isla de Wight o en el ‘Rock and roll circus’ de los Stones. Ahora camufla su calvicie con un pañuelo, se permite un chaleco colorido y luce una perilla de señor atildado. Es un hombre de orden. Recientemente saboreó el éxito empresarial en el negocio de las piscifactorías de salmón.
A estas alturas del partido, Ian Anderson ajusta el repertorio a sus limitaciones vocales y físicas. Cantó muy poco. Y aunque conserva la mirada anfibia, sus estiramientos de rodilla pasaron a la historia y sus poses no son las de antes, cuando sacudía la flauta con la misma rapidez y sentido del espectáculo que Jimi Hendrix con las seis cuerdas. De vez en cuando, se esforzaba en rememorar la silueta que, sin duda, le pertenece en el diccionario gráfico del rock: la del flautista en acción con forma de hache.
Anderson estuvo acompañado por un grupo en el que destaca el veterano guitarrista Martin Barre, verdadero motor del combo, que lleva en Jethro Tull desde su debut en 1968. Barre ha sido la cruz de guía de varias generaciones de músicos amantes de la precisión, la limpieza y la versatilidad. Un cimiento de la era progresiva que coordinó al pianista y acordeonista John O’Hara, al bajista David Goodier y al baterista James Duncan. Repasaron todas las etapas, algo sencillo para un elenco de músicos catedráticos, preparados durante muchos años en disciplinas ‘jazzeras’ y de ‘world music’.
No les costaba mucho alcanzar las notas de Mozart, el musical ‘America’, el ambiente cinematográfico de ‘Sweet dream’ o el punto Dire Straits en ‘Budapest’. Sin embargo, más de uno hubiese firmado escuchar ‘Aqualung’ entero y prescindir de las veleidades del flautista, que dejó fuera mucho material que los seguidores cuarentones esperaban oír.
De todos modos, Ian Anderson sigue siendo un maestro de los arpegios con la guitarra acústica. Al agarrarla y gotear los primeros acordes de ‘My god’, resultó inevitable sobrecogerse ante la canción más completa de su joya discográfica ‘Aqualung’, en su momento prohibido en España. El tema, una letanía de rock duro que causó furor en 1971, asentó el cristianismo antisistema entre los roqueros.
Y es que los primeros trabajos de Jethro Tull fueron los que levantaron buena parte del concierto. El comienzo prometedor de ‘Someday the sun won’t shine for you’, la continuación con el aclamado ‘Living in the past’, el ‘hard rock’ comprometido de ‘Thick as a brick’ o la también setentera ‘Bourée’. Todo a la manera de la tercera o la cuarta edad del rock, que quizá hubiera brillado más ante las butacas de un teatro. El inmenso Coliseo de Atarfe se quedó grande.
Eduardo Tébar
Parece una broma. Hace treinta años, Ian Anderson se sacó de sus mangas de indigente uno de los títulos más lapidarios de la historia: ‘Demasiado viejo para el rock and roll, demasiado joven para morir’. En cuestiones de rock, está claro que el tiempo es selectivo. Y casi siempre sardónico. Cuando publicaron el disco, Jethro Tull gozaban de acomodo en el floreciente rock duro de los setenta. Antes, habían experimentado con blues, jazz, folk y rock progresivo. Pero los escoceses destacaban por una cualidad tan vistosa como la mota roja en la bandera nipona: su cantante tocaba la flauta.
Anoche, Ian Anderson volvió a Atarfe tres años después de su anterior pisada en suelo granadino. Está a punto de cumplir los sesenta. Ya no es el hippie melenudo y taciturno que actuaba como un demonio inquieto en la Isla de Wight o en el ‘Rock and roll circus’ de los Stones. Ahora camufla su calvicie con un pañuelo, se permite un chaleco colorido y luce una perilla de señor atildado. Es un hombre de orden. Recientemente saboreó el éxito empresarial en el negocio de las piscifactorías de salmón.
A estas alturas del partido, Ian Anderson ajusta el repertorio a sus limitaciones vocales y físicas. Cantó muy poco. Y aunque conserva la mirada anfibia, sus estiramientos de rodilla pasaron a la historia y sus poses no son las de antes, cuando sacudía la flauta con la misma rapidez y sentido del espectáculo que Jimi Hendrix con las seis cuerdas. De vez en cuando, se esforzaba en rememorar la silueta que, sin duda, le pertenece en el diccionario gráfico del rock: la del flautista en acción con forma de hache.
Anderson estuvo acompañado por un grupo en el que destaca el veterano guitarrista Martin Barre, verdadero motor del combo, que lleva en Jethro Tull desde su debut en 1968. Barre ha sido la cruz de guía de varias generaciones de músicos amantes de la precisión, la limpieza y la versatilidad. Un cimiento de la era progresiva que coordinó al pianista y acordeonista John O’Hara, al bajista David Goodier y al baterista James Duncan. Repasaron todas las etapas, algo sencillo para un elenco de músicos catedráticos, preparados durante muchos años en disciplinas ‘jazzeras’ y de ‘world music’.
No les costaba mucho alcanzar las notas de Mozart, el musical ‘America’, el ambiente cinematográfico de ‘Sweet dream’ o el punto Dire Straits en ‘Budapest’. Sin embargo, más de uno hubiese firmado escuchar ‘Aqualung’ entero y prescindir de las veleidades del flautista, que dejó fuera mucho material que los seguidores cuarentones esperaban oír.
De todos modos, Ian Anderson sigue siendo un maestro de los arpegios con la guitarra acústica. Al agarrarla y gotear los primeros acordes de ‘My god’, resultó inevitable sobrecogerse ante la canción más completa de su joya discográfica ‘Aqualung’, en su momento prohibido en España. El tema, una letanía de rock duro que causó furor en 1971, asentó el cristianismo antisistema entre los roqueros.
Y es que los primeros trabajos de Jethro Tull fueron los que levantaron buena parte del concierto. El comienzo prometedor de ‘Someday the sun won’t shine for you’, la continuación con el aclamado ‘Living in the past’, el ‘hard rock’ comprometido de ‘Thick as a brick’ o la también setentera ‘Bourée’. Todo a la manera de la tercera o la cuarta edad del rock, que quizá hubiera brillado más ante las butacas de un teatro. El inmenso Coliseo de Atarfe se quedó grande.
Eduardo Tébar
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