domingo, diciembre 03, 2006

Concierto de Wilko Johnson (Granada 23/11/2006)

Doctor Wilko (El Tren, Granada, 23/11/2006)

El Alhambra Blues se ha saldado este año con nota. Y alta. El evento hermano del Festival Internacional de Jazz de Granada verifica una vez más que las músicas de raíz sobreviven a los tiempos y a las modas. Al menos en esta provincia, la única del país con dos certámenes internacionales de jazz y un sólido circuito de bandas y locales con programación regular. Amén de la Blues Band de la ciudad, que cumple ahora su vigésimo aniversario. Hay a quien le sale urticaria con la sola idea del concepto instrumental o asiente cuando oye que el blues naufragó en el ostracismo. Pero cada año 60.000 personas pagan una entrada en Granada para ver un concierto de jazz. Y la sala El Tren se llenó la semana pasada con el directo de El Doghouse de Tom Lardner y Richard Dudanski y la leyenda del rock de cubículo Wilko Johnson.

Hubo un tiempo en el que Ian Dury y Richard Hell rivalizaban por la misma mujer y por las medallas al punk iniciático. Corría la década de los setenta y en los antros británicos coincidían bandas como Blockheads o Dr.Feelgood, con sudorosas sesiones de guitarreo en las que los cables cercaban las cervezas del público. Fue lo que se dio en llamar pub-rock. Los doctores 'biensentidos' encabezaron el movimiento. Su Stupidity figura entre los 25 discos grabados en directo más destacados de la historia. Pues bien, el guitarrista de los Feelgood era Wilko Johnson: para muchos, el mejor rítmico del mundo.

Su técnica nada tiene que ver con la multiplicación de escalas por segundo. Él rasca y canta. Trotón, como la cadencia del blues, a la que inyecta la adrenalina del que vive cada noche como si fuera la última. Wilko, de negro y viudo desde hace dos años, conoce muy bien los secretos del buen imán de atenciones. Sus dedos desafían la propia naturaleza humana y apuntan desde la quiromancia. ¿Cómo puede hacer un solo frenético sosteniendo un simple acorde en el mástil? Magia, señores. Suenan dos guitarras y en el escenario hay una. Y él la acaricia, juega con ella, la frota, la palpa, acelera la biela, cambia de postura… Sí, la toca como a una mujer.

Aunque su cabellera ha desaparecido y en su rostro se vayan acumulando pliegues, Wilko Johnson mantiene la misma mirada esquizoide de toda la vida. Se mueve como un teledirigido al que aumentan y reducen la velocidad caprichosamente. Su voz contribuye a la apariencia marciana: negroide y de ningún sitio. Y encaja a la perfección en un repertorio que se ciñe a lo más básico, el lenguaje del rythm n' blues que aprendió de tanto escuchar a Mick Green. "Quien no conoce a los maestros está condenado", sentenciaba antes de la actuación.

En su último disco recoge temas de Van Morrison o del Bob Dylan electrificado en la Autopista 61. Pero en directo la apuesta es infalible; rodillo anfetamínico de Chuck Berry y a bailar al compás de Bye-bye Johnny o Route 66. Porque bailoteó todo el mundo –los que salen, critican menos, dejan en casa la bata, las zapatillas y el maniqueísmo para levantar la vida musical de su tierra–, hasta algún gurú local del rock n' roll comentando entre la muchedumbre: "Los americanos son muy completos, pero los ingleses tienen esto".

Mención aparte para los acompañantes de Wilko Johnson. El solvente batería Monty y el acharolado Norman Watt-Roy (ex Blockheads) en el bajo, con unos dedos larguísimos y una ejecución virtuosísima. Según su jefe, uno de los cinco grandes bajistas que han existido. Exquisito y palpitante para haber empezado en las cloacas del rock. De eso sabe mucho Wilko, que llegó a compartir piso con John Lydon, Joe Strummer y Billy Idol. Cuando el cantante Lee Brilleaux abandonó este mundo murieron muchas cosas, pero no el alma de Dr. Feelgood.

Eduardo Tébar