Van ‘el hombre’: a su gusto (Granada 11/02/2006)
Van Morrison es un irlandés paticorto, embarnecido, que esconde su alopecia debajo de un sombrero sureño. Viste elegante con traje a medida y luce rejuvenecido por unas gafas de emporio bastante ‘cool’.
A sus sesenta años conserva la misma voz torrencial e inmarcesible que en 1964 le llevó a cautivar a oyentes de ambos lados del Atlántico siendo cantante de rythm n’ blues en Them. Los rugidos del ‘león de Belfast’ poseen tintes negroides y parecen provistos de un calzador mágico que les permite acomodarse en toda categoría de música enraizada.
El público granadino, que en su mayoría peinaba ya algunas canas, acudía para escucharle y poder llevarse así un fetiche sonoro en la memoria. Y es que todos estaban “amenazados” de las terquezas de Van: nada de fotos, se desconcentraría y concluiría de inmediato el espectáculo (avisaban unos carteles en las puertas del Palacio de Congresos). Tampoco se podían esperar monólogos humorísticos entre canciones ni servidumbres de ningún tipo.
Sin embargo, algo le debe gustar Granada al músico testarudo, que fue candorosamente recibido cuando se presentó micrófono y armónica en mano desde un lateral, mientras su pequeña ‘big band’ reconvertía el auditorio en un café-bar humeante de tiempos de Louis Prima. En su tercera visita al mismo escenario en lo que llevamos de siglo, sonrió, dejó caer alguna de las que todos se saben (‘Here comes the night’ y ‘Brown eyed girl’ fueron recibidas como limosnas) y brindó un bis.
No está mal, tratándose de alguien que camufla un cronómetro en las bambalinas para marcharse cuando éste alcanza exactamente los noventa minutos que el contrato incoa. Van Morrison, para bien y para mal, es así; agarra el saxofón y coloca la sordina. Nada de esa guitarra acústica que eternizaba los momentos oníricos de ‘Astral weeks’ (1968) o ‘Moondance’ (1970).
El 6 de marzo estará en las tiendas su tesina sobre el country, ‘Pay the devil’, y no es mera casualidad que el día siguiente tenga previsto tocar en Nashville. Las composiciones añejas y elegantes de sus últimos trabajos gozan de prioridad: repetitivos ejercicios de estilo que, para qué engañarnos, le sientan mejor que a nadie.
Eduardo Tébar
A sus sesenta años conserva la misma voz torrencial e inmarcesible que en 1964 le llevó a cautivar a oyentes de ambos lados del Atlántico siendo cantante de rythm n’ blues en Them. Los rugidos del ‘león de Belfast’ poseen tintes negroides y parecen provistos de un calzador mágico que les permite acomodarse en toda categoría de música enraizada.
El público granadino, que en su mayoría peinaba ya algunas canas, acudía para escucharle y poder llevarse así un fetiche sonoro en la memoria. Y es que todos estaban “amenazados” de las terquezas de Van: nada de fotos, se desconcentraría y concluiría de inmediato el espectáculo (avisaban unos carteles en las puertas del Palacio de Congresos). Tampoco se podían esperar monólogos humorísticos entre canciones ni servidumbres de ningún tipo.
Sin embargo, algo le debe gustar Granada al músico testarudo, que fue candorosamente recibido cuando se presentó micrófono y armónica en mano desde un lateral, mientras su pequeña ‘big band’ reconvertía el auditorio en un café-bar humeante de tiempos de Louis Prima. En su tercera visita al mismo escenario en lo que llevamos de siglo, sonrió, dejó caer alguna de las que todos se saben (‘Here comes the night’ y ‘Brown eyed girl’ fueron recibidas como limosnas) y brindó un bis.
No está mal, tratándose de alguien que camufla un cronómetro en las bambalinas para marcharse cuando éste alcanza exactamente los noventa minutos que el contrato incoa. Van Morrison, para bien y para mal, es así; agarra el saxofón y coloca la sordina. Nada de esa guitarra acústica que eternizaba los momentos oníricos de ‘Astral weeks’ (1968) o ‘Moondance’ (1970).
El 6 de marzo estará en las tiendas su tesina sobre el country, ‘Pay the devil’, y no es mera casualidad que el día siguiente tenga previsto tocar en Nashville. Las composiciones añejas y elegantes de sus últimos trabajos gozan de prioridad: repetitivos ejercicios de estilo que, para qué engañarnos, le sientan mejor que a nadie.
Eduardo Tébar
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