Nacho Vegas, cerca del cielo (Granada 26/01/2006)
El gijonés Nacho Vegas tiene ese ‘algo’ capaz de atrapar hasta al camarero que sirve cervezas diligente. Sobre el escenario es quieto, rígido, tupido por su melena y su guitarra. Musita, “si pudiera elegir sólo un deseo, pediría vivir siempre cerca del cielo”, y captura miradas y corazones que acuden como peregrinos a una liturgia.
Alguna camiseta de Bunbury entre los asistentes al Sugarpop demostraba que la intervención del asturiano en el espectáculo circense ‘Freak Show’ está teniendo secuelas en el público mayoritario. También el currículo discográfico, con trabajos de consolidación retardada como ‘Actos inexplicables’ o ‘Cajas de música difíciles de parar’. Quizá porque Nacho Vegas empieza a caminar por latitudes superiores, resultaba insuficiente el recinto: como sardinas en lata estuvimos. Fuera, varias decenas de personas se quedaron sin entrada. A favor, eso sí, la cercanía al músico y la pulcritud del sonido. Se recuperaba cierta esencia roquera, esa de garito con estampa de banda embebiendo al gentío.
La grandeza del que durante muchos años fue guitarrista de Manta Ray -aparentemente embarnecido- está en su capacidad para dotar de vida propia lo que interpreta. Las canciones suenan revitalizadas, poderosas en su comunicación urgente. Es evidente el ensamblaje que La Esferas Invisibles, grupo de acompañamiento, ha logrado. Unos Bad Seeds que cubren de voltaje y matices la literatura del jefe. A veces, como en “Perdimos el control”, en trepidante ‘road movie’ a lo Barry Gifford. Lo que empezó con salmodias lentificadas acabó envuelto en apocalípticos chirridos. Pura impronta ‘dylaniana’.
Entre temas, Nacho Vegas se interesaba por la expulsión de la noche en ‘Gran Hermano’. También improvisó un “mi rostro hoy no apareció en ‘Dónde estás corazón’”. Dosis de humor, tal vez frivolidad, o afán por mostrar en panorámica las cotas del abismo. Se desenvuelve a gusto entre lo vulgar y lo elevado, fluctuando el tono de su discurso, alternando la guitarra acústica con los baños de electricidad.
Tres discos largos y cinco Ep’s (también extensos, si atendemos a la duración) conforman una obra demasiado dilatada para un concierto. Y más si reparamos en que este artista no tiene grandes éxitos. Cada uno de sus compactos es homogéneo en cuanto a calidad. Al final, optó por la cosecha del último año y el rescate de piezas más antiguas.
Alguien del público gritó “¡eres el juglar del siglo XXI!”. Vegas contuvo una sonrisa aviesa. En efecto, este cantautor apila una de las más sobresalientes colección de canciones escritas en castellano en la presente centuria.
Eduardo Tébar
Alguna camiseta de Bunbury entre los asistentes al Sugarpop demostraba que la intervención del asturiano en el espectáculo circense ‘Freak Show’ está teniendo secuelas en el público mayoritario. También el currículo discográfico, con trabajos de consolidación retardada como ‘Actos inexplicables’ o ‘Cajas de música difíciles de parar’. Quizá porque Nacho Vegas empieza a caminar por latitudes superiores, resultaba insuficiente el recinto: como sardinas en lata estuvimos. Fuera, varias decenas de personas se quedaron sin entrada. A favor, eso sí, la cercanía al músico y la pulcritud del sonido. Se recuperaba cierta esencia roquera, esa de garito con estampa de banda embebiendo al gentío.
La grandeza del que durante muchos años fue guitarrista de Manta Ray -aparentemente embarnecido- está en su capacidad para dotar de vida propia lo que interpreta. Las canciones suenan revitalizadas, poderosas en su comunicación urgente. Es evidente el ensamblaje que La Esferas Invisibles, grupo de acompañamiento, ha logrado. Unos Bad Seeds que cubren de voltaje y matices la literatura del jefe. A veces, como en “Perdimos el control”, en trepidante ‘road movie’ a lo Barry Gifford. Lo que empezó con salmodias lentificadas acabó envuelto en apocalípticos chirridos. Pura impronta ‘dylaniana’.
Entre temas, Nacho Vegas se interesaba por la expulsión de la noche en ‘Gran Hermano’. También improvisó un “mi rostro hoy no apareció en ‘Dónde estás corazón’”. Dosis de humor, tal vez frivolidad, o afán por mostrar en panorámica las cotas del abismo. Se desenvuelve a gusto entre lo vulgar y lo elevado, fluctuando el tono de su discurso, alternando la guitarra acústica con los baños de electricidad.
Tres discos largos y cinco Ep’s (también extensos, si atendemos a la duración) conforman una obra demasiado dilatada para un concierto. Y más si reparamos en que este artista no tiene grandes éxitos. Cada uno de sus compactos es homogéneo en cuanto a calidad. Al final, optó por la cosecha del último año y el rescate de piezas más antiguas.
Alguien del público gritó “¡eres el juglar del siglo XXI!”. Vegas contuvo una sonrisa aviesa. En efecto, este cantautor apila una de las más sobresalientes colección de canciones escritas en castellano en la presente centuria.
Eduardo Tébar
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