martes, mayo 01, 2007

Concierto de Nick Cave (Málaga 22/04/2007)

La voz de la caverna

El primer concierto peninsular de Nick Cave, con el monopolio del cartel y al margen de su intervención en el FIB años atrás, estuvo salpicado por la confusión hasta el mismo momento en el que se personó en el escenario del Teatro Cervantes de Málaga. Hace unos meses surgieron los rumores: el legendario líder de Birthday Party y ‘crooner’ oscuro por excelencia de los últimos veinte años podría actuar en la capital andaluza. Pasaron semanas hasta la confirmación de la hipótesis. En pocos días se vendió el aforo del recinto decimonónico, muy apropiado para el cabaret-rock decadente del australiano. Lo importante era ver en directo a una referencia incuestionable de la música contemporánea.

Ante un público selecto, desconcertado por lo que se iba a encontrar y procedente de distintos puntos del país, Cave apareció en compañía de la banda con la que acaba de publicar ‘Grinderman’, su reciente aventura paralela, para extraer lo mejor de su cancionero en retrospectiva. Nada más cerca de sus míticos Bad Seeds. Excepto el guitarrista Mick Harvey, que ya llevó a Málaga su trabajo en solitario el año pasado, las ‘malas semillas’ estaban representados en el Cervantes por el polifacético Warren Ellis -violín y guitarras-, el batería Jim Sclavunos y el bajista Martin P. Casey.

Cierto es que de por sí emociona el simple hecho de estar frente al cantante de las ánimas. El ‘bluesman’ del matadero parece rodeado de un aura divina: impone. Con su silueta alta y delgada, mostacho de pistolero tejano a lo Sam Bigotes y enfundado en traje de diseño. Elegancia calabresa para el perdón de los pecados.

Nick Cave tocó el piano casi todo el tiempo. Un enorme piano de cola, tan negro como sus textos, siempre plagados de metáforas sobre abismos y verdades incómodas. Unas veces con la sutileza del club nocturno en altas horas. Otras, como una tormenta de violencia. Porque presenciar al reinventor de ‘In the gettho’ es, ante todo, someterse a un vendaval de romanticismo. Tanto más por los contorneos de su compañero Warren Ellis, un Rasputin de la calaña de su jefe; barbudo y productor de sonidos con las cuerdas. Desde las butacas, pasaba por el violinista más famoso del celuloide, pese a no haber tejado ni cinc.

No obstante, el rapsoda dialogó con la audiencia entre tema y tema. Escuchaba cada una de las peticiones con cortesía, lo que tampoco le apartó de la rigidez del guión. Sonó ‘Tupelo’, sí, cuando correspondía. Y así un largo desglose de todas sus etapas -‘The mercy seat’, ‘Hallelujah’, ‘God is in the house’-, alternando tempos y dejando para una fase final el contacto con la guitarra. Para el recuerdo, la interactuación total con los presentes en ‘The lyre of Orpheus’. Tampoco se escapa la crudeza de ‘Henry Lee’ sin el frote de P.J. Harvey. Pero el comentario a la salida era elocuente: “¡Qué voz!”. No sabemos cómo cantaría Jim Morrison a los 49 años. Aplicaremos lo de los buenos vinos. La última se la tomó en Málaga.

Eduardo Tébar