martes, marzo 01, 2005

Leopoldo María Panero (Carlos Ann, Enrique Bunbury, José María Ponce, Bruno Galindo) -2004-


La poesía está para ser recitada, declamada, interpretada... Hacer un disco de poemas es como llevar una novela al cine: puede salir un peliculón, pero la génesis creativa es literaria –una de las grandes estupideces que se siguen diciendo es que “el libro está mejor que la peli”; no señor, es una adaptación cinematográfica de un libro, como también se novelizan filmes- y por tanto, el método para la construcción de la obra es otro. No es lo mismo escribir canciones que poemas, por más que la incursión musical siempre sea complementaria y jamás un obstáculo. Aclarado esto, repasemos brevemente algunas aventuras semejantes hechas en España: cantautores como Paco Ibáñez o Serrat han musicado a Machado, Miguel Hernández o Goytisolo; en Granada (ciudad con más poetas por metro cuadrado de este país) se dio un giro de tuerca crucial en la aproximación del rock al flamenco con el celebrado “Omega” (1996) sobre los textos de García Lorca y Leonard Cohen, con el maridaje perfecto de Enrique Morente con Lagartija Nick; más recientes, los también granadinos Apocalypse han hecho lo propio con escritos inéditos de William Burroughs.

Lo primero que llama la atención es el soporte precioso de la edición libro-disco, con una acertada antología de poemas que abarca prácticamente todas las etapas del escritor, así como la imaginería fotográfica y su presentación elegante. Partamos de la base de que Panero no es un poeta fácil y la etiqueta de maldito no es más que un comodín para clasificar lo inclasificable, si bien el denominador común de los autores así adjetivados es que son extremos. Panero es el poeta condenado por la incomprensión de su propia familia, el apocalíptico, el sádico, el que llama Satán a Dios, el que descifra maldiciones bíblicas, el mitómano, el preso comunista, el filósofo de la demencia. Que su larga estancia por los manicomios no lleve al equívoco, porque este hombre tiene más lucidez que todos nosotros juntos. Los valientes que deciden enfangarse en la faena son Carlos Ann, Bunbury, el periodista y escritor Bruno Galindo y el director de cine José María Ponce. Un total de treinta cortes divididos en dos bloques componen el disco. Mantener la unidad, ser respetuosos y a la vez arriesgados, y sobre todo, no hacer un bodrio, es una tarea difícil sobre el papel. El resultado sin embargo es sorprendente, porque el disco entra bien, no cansa, y no es plano ni ambiguo en cuanto propuesta. Cierto es que el peso de la grabación corre a cargo del barcelonés Carlos Ann, pero lo justo es decir que cada uno asume su papel perfectamente de acuerdo con sus posibilidades. Estos cuatro han sido inteligentes, porque sólo así se puede salir airoso en la conversión sonora de tal poemario. El truco es que han urdido sus recursos de forma heterogénea, recurriendo a múltiples acrobacias electrónicas, al pop siniestro de sintetizadores, al dub, al ambient más oscuro, jugando sus bazas entre el spoken word, musitado unas veces y desquiciado otras, la melodía reiterativa y coral, el histerismo descarnado, los sampleos de voces o la teatralidad excelsa (“Bello es el incesto”), plausible hasta para el mismo Stanislavsky. En definitiva, algo diferente. Hacen falta en la escena patria este tipo de acercamientos impúdicos a la obra de los grandes.

* Próximamente saldrá a la venta la segunda edición de “Leopoldo María Panero”, con un DVD que recoge la visita de Carlos Ann y Bunbury a Panero durante un día en Las Palmas.

* Es muy recomendable “El desencanto” (1976) de Jaime Chavarri, no solo por ser una de las mejores películas documentales que se han realizado en España, sino también porque es perfecta para entender la estirpe de los Panero.

Eduardo Tébar