Concierto de Bruce Springsteen (Granada 22/10/2006)
¡Jefazo!. Crónica de un evento histórico
"Deberías ir a Granada, es una ciudad maravillosa", rumorean que le recomendó Michael Stipe (cantante de REM) a su amigo y compañero de cruzada anti-Bush Bruce Springsteen. El roquero recogió el consejo y hace escasas horas culminaba su enésima visita a España, esta vez con la capital de la Alhambra en el itinerario. En su único encuentro con la prensa reconocía no saber "nada de Federico García Lorca" y, de inmediato, la voluntad de querer "saberlo todo" sobre el 'poeta en Nueva York' y mártir de la Guerra Civil española. The Boss se sorprenderá por los paralelismos: también Lorca era trovador urbano. ¿No tiene miga después de que Lou Reed, Bob Dylan, Patti Smith o Leonard Cohen hayan peregrinado a la Huerta de San Vicente guiados por los pasos del poeta granadino?.
Es el lado romántico, qué digo yo, literario, de un acontecimiento histórico para una ciudad que poco a poco eleva su techo convocante. Springsteen se puede permitir muchas cosas: vilipendiar al gobierno más poderoso del mundo, entrar en la Basílica de San Francisco de Asís de madrugada para que le expliquen los cuadros de Giotto, desplazarse a sus destinos en su jet privado… Pero su actuación en Granada –la única en Andalucía– significó un amor a primera vista: más de dos horas de concierto, de miradas cómplices y de embrujo. "Una ciudad muy entusiasta", explicaba en la Plaza de Toros.
Esta gira es excepcional, a la lumbre de una banda grande, multitudinaria, con diecisiete músicos con los que se puede tocar de todo. La Seeger Sessions Band es un capricho único, seguramente irrepetible, que lustra a un icono del rock capacitado para actualizarse. El plantel, con guitarras, banjo, piano, violín, acordeón, metales o coros gospel, aglomera el cruce de culturas y músicas de Nueva Orleans. Como aquellos nómadas irlandeses, españoles, franceses, criollos, antillanos o africanos, la orquesta de Bruce Springsteen suena a trote indoeuropeo con aires celtas, ritmos zydecos, esencia de folk americano y vibrante ragtime. Vamos, una 'big band' de folk and roll, en resumidas cuentas. No obstante, 'We shall overcome' está grabado en directo. Y El Jefe, a sus cincuenta y siete años, parece cualquier cosa menos un abuelo. En Granada, por cierto, no estaba su mujer y componente de su grupo Patti Scialfa. "Los niños están en el instituto y no podían quedarse solos".
El escenario, dispuesto a modo de salón con cortinaje y lámparas arácnidas (echándole poca imaginación pueden regresar del túnel del tiempo Louis Armstrong y Huey "Piano" Smith), resulta de lo más cálido e intimista. Lo que pasa es que, en una Plaza de Toros con 11.000 personas, intimidad hay poca. Pero el de New Jersey sabe conducir un recital sin que nadie se descarríe: al que se despista lo mira fijamente agitando su mano para que entre en su "café-bar".
En este último disco (el mejor en… mucho tiempo), Bruce Springsteen renueva el legado de Peete Seeger, unas composiciones que son como la ropa que se hereda de un hermano mayor. Canción protesta que acoge al agredido racial, al desheredado, al perdedor de clase media… Postulados simétricos encauzados en esa tradición de búsqueda de la identidad norteamericana, la de las carreteras tronadas que no saben a dónde van, la de la Generación Perdida de Hemingway, Dos Passos y Steinbeck. Ha pasado mucho tiempo desde la II Guerra Mundial y el autor de la bruma de 'Nebraska' denuncia los recortes de los derechos civiles más elementales. En realidad, son los presupuestos del primer álbum de Springsteen, aquel directo de 1973: ponerle banda sonora al pueblo, comprometido desde la tribuna de una banda de rock que llene estadios.
Luego, los esquemas sindicales se convierten en fiesta. La voz aguardentosa de Springsteen pone a bailar hasta al taquillero. La fanfarria de los músicos embriaga y deja regusto de melopea de consuelo en la taberna.
Sí, tocó 'The river' como un 'gipsy' en horas bajas. Dedicó 'Promised land' a los andaluces. Nos meció con el clásico 'When the saints go marchin' in' como lo hacían las barcazas del Mississippi. Exclamó "¡fantástico Granada!" antes de desaparecer. Y uno se queda pensando si su guitarra es una máquina de matar fascistas.
Eduardo Tébar
"Deberías ir a Granada, es una ciudad maravillosa", rumorean que le recomendó Michael Stipe (cantante de REM) a su amigo y compañero de cruzada anti-Bush Bruce Springsteen. El roquero recogió el consejo y hace escasas horas culminaba su enésima visita a España, esta vez con la capital de la Alhambra en el itinerario. En su único encuentro con la prensa reconocía no saber "nada de Federico García Lorca" y, de inmediato, la voluntad de querer "saberlo todo" sobre el 'poeta en Nueva York' y mártir de la Guerra Civil española. The Boss se sorprenderá por los paralelismos: también Lorca era trovador urbano. ¿No tiene miga después de que Lou Reed, Bob Dylan, Patti Smith o Leonard Cohen hayan peregrinado a la Huerta de San Vicente guiados por los pasos del poeta granadino?.
Es el lado romántico, qué digo yo, literario, de un acontecimiento histórico para una ciudad que poco a poco eleva su techo convocante. Springsteen se puede permitir muchas cosas: vilipendiar al gobierno más poderoso del mundo, entrar en la Basílica de San Francisco de Asís de madrugada para que le expliquen los cuadros de Giotto, desplazarse a sus destinos en su jet privado… Pero su actuación en Granada –la única en Andalucía– significó un amor a primera vista: más de dos horas de concierto, de miradas cómplices y de embrujo. "Una ciudad muy entusiasta", explicaba en la Plaza de Toros.
Esta gira es excepcional, a la lumbre de una banda grande, multitudinaria, con diecisiete músicos con los que se puede tocar de todo. La Seeger Sessions Band es un capricho único, seguramente irrepetible, que lustra a un icono del rock capacitado para actualizarse. El plantel, con guitarras, banjo, piano, violín, acordeón, metales o coros gospel, aglomera el cruce de culturas y músicas de Nueva Orleans. Como aquellos nómadas irlandeses, españoles, franceses, criollos, antillanos o africanos, la orquesta de Bruce Springsteen suena a trote indoeuropeo con aires celtas, ritmos zydecos, esencia de folk americano y vibrante ragtime. Vamos, una 'big band' de folk and roll, en resumidas cuentas. No obstante, 'We shall overcome' está grabado en directo. Y El Jefe, a sus cincuenta y siete años, parece cualquier cosa menos un abuelo. En Granada, por cierto, no estaba su mujer y componente de su grupo Patti Scialfa. "Los niños están en el instituto y no podían quedarse solos".
El escenario, dispuesto a modo de salón con cortinaje y lámparas arácnidas (echándole poca imaginación pueden regresar del túnel del tiempo Louis Armstrong y Huey "Piano" Smith), resulta de lo más cálido e intimista. Lo que pasa es que, en una Plaza de Toros con 11.000 personas, intimidad hay poca. Pero el de New Jersey sabe conducir un recital sin que nadie se descarríe: al que se despista lo mira fijamente agitando su mano para que entre en su "café-bar".
En este último disco (el mejor en… mucho tiempo), Bruce Springsteen renueva el legado de Peete Seeger, unas composiciones que son como la ropa que se hereda de un hermano mayor. Canción protesta que acoge al agredido racial, al desheredado, al perdedor de clase media… Postulados simétricos encauzados en esa tradición de búsqueda de la identidad norteamericana, la de las carreteras tronadas que no saben a dónde van, la de la Generación Perdida de Hemingway, Dos Passos y Steinbeck. Ha pasado mucho tiempo desde la II Guerra Mundial y el autor de la bruma de 'Nebraska' denuncia los recortes de los derechos civiles más elementales. En realidad, son los presupuestos del primer álbum de Springsteen, aquel directo de 1973: ponerle banda sonora al pueblo, comprometido desde la tribuna de una banda de rock que llene estadios.
Luego, los esquemas sindicales se convierten en fiesta. La voz aguardentosa de Springsteen pone a bailar hasta al taquillero. La fanfarria de los músicos embriaga y deja regusto de melopea de consuelo en la taberna.
Sí, tocó 'The river' como un 'gipsy' en horas bajas. Dedicó 'Promised land' a los andaluces. Nos meció con el clásico 'When the saints go marchin' in' como lo hacían las barcazas del Mississippi. Exclamó "¡fantástico Granada!" antes de desaparecer. Y uno se queda pensando si su guitarra es una máquina de matar fascistas.
Eduardo Tébar
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