martes, julio 29, 2008

Concierto de Lenny Kravitz (Badalona 08/07/2008)

La revolución del amor desembarca donde Cristo perdió el gorro

Sin abandonar la dinámica que en el último año se está siguiendo en Barcelona, la gira de otra estrella internacional del mundo de la música llega a la Ciudad Condal en la víspera de un día laborable. Resulta paradójico que las autoridades recomienden a los ciudadanos el uso del transporte público, pero que cuando se organiza un evento de la magnitud de un concierto de la gira europea de Lenny Kravitz en Badalona un día entre semana, ni tan siquiera se facilite de alguna forma la llegada desde el lugar del concierto hasta el centro de Barcelona. Con el metro cerrado desde las doce de la noche, sin autobuses nocturnos que pasasen por la zona del Pavelló Olímpic de Badalona, sin apenas taxis circulando a esas horas y con tantísima gente buscando uno al mismo tiempo, los asistentes al magnífico concierto que ofreció el artista newyorkino aquella noche permanecimos abandonados en la calle durante largas horas, olvidando prácticamente el fantástico espectáculo que acabábamos de presenciar. Voy a hacer un esfuerzo para no cagarme en la madre de nadie y evitar posibles demandas, así que hablaré de lo verdaderamente importante que fue lo puramente musical.

Las puertas del recinto se abrieron con puntualidad y los teloneros, una banda compuesta por cuatro tipos vestidos de ninja y liderada por una rubia con trenzas vestida con un traje de novia rojo, subieron al escenario según el horario establecido. La actuación de estos, cuyo nombre desconozco y realmente me importa un pimiento, fue un terrible muermazo y no tuvo nada que ver con lo que podría haber sido si el telonero llega a ser Chris Cornell como previamente había sido anunciado. Aún así, la gente echaba fotos y grababa vídeos, supongo que por las exóticas indumentarias más que por su calidad musical.

Con media hora de retraso con respecto horario de comienzo del concierto, por los altavoces comenzaron a sonar los acordes de un tema con aires funky a la vez que toda la banda habitual de Lenny Kravitz iba ocupando su posición en el escenario. Finalmente, con su Gibson Flyin’ V negra de purpurina colgada del cuello y vestido con pantalones de pitillo, botines de punta, levita de piel y unas gafas de sol negras que le duraron pocos segundos en la cara al salirles volando en uno de sus primeros movimientos de cabeza, apareció Lenny Kravitz para recibir la ovación del público y dar comienzo al show con “Bring it on”. Los 6.000 espectadores que se dieron cita en el pabellón se volvieron locos y el bosque de brazos levantados fotografiando y grabando con cámaras de fotos y teléfonos móviles prácticamente no dejaba ver a los músicos. Tras un excesivamente largo “Bring it on”, Kravitz y sus muchachos continuaron con algunos de sus clásicos como “Always on the run”, “Dig in”, “Fields of joy” o “It ain’t over ‘til it’s over”, dando una auténtica lección desde un principio de cómo se canta y cómo se hace música en directo.

A estas alturas del concierto Lenny Kravitz ya tenía a toda la audiencia en el bolsillo pero acabó de ganársela del todo halagando las grandezas de la ciudad de Barcelona y felicitando a los españoles por “patear en el culo” (literal) a toda Europa deportivamente hablando, tanto en el fútbol como en el tenis. Estaba pletórico y se le veía a gusto, encantado de estar en la ciudad donde un día quiso comprarse un apartamento, y así lo demostraba durante todo el concierto acercándose al público, tendiendo la mano a las primeras filas y subiéndose en las pasarelas laterales del escenario para estar más cerca de su público.

Tras este primer bloque de grandes éxitos de su carrera les llegó el turno al funky “Dancing til dawn” y al rock n’ roll “Love, love, love”, ambos publicados en su último trabajo discográfico “It’s time for a love revolution”. A continuación vendrían “Be” (con un eterno solo de trompeta) y “Stillness of heart”, temas que darían paso a “I’ll be waiting” interpretado por un Lenny Kravitz sentado delante de su horterísimo piano transparente con acabados dorados y luminosos. Así llegábamos prácticamente al ecuador del concierto.

La última parte antes de que la banda se retirara a los camerinos por primera vez estuvo compuesta por tres de los más recientes éxitos de Lenny Kravitz como “Where are we running”, la versión de los míticos Guest Who “American woman” y el coreado “Fly away”. Tras ellos llegó uno de los momentos estelares de la noche, la puesta en escena del tema “Let love rule” que fue alargado más de dieciocho minutos y durante el cual Lenny Kravitz bajó al nivel del público para subirse por las gradas e introducirse entre medio de la gente cual mesias ante sus fieles, con robo de abanico a una de sus fans incluido. La verdad es que el tema se hizo demasiado largo y no hubiera estado mal acortarlo un poco para, o bien interpretar más temas en el mismo espacio de tiempo o en todo caso acabar antes la actuación dadas las horas que eran. Tras este momento de catarsis, el grueso del espectáculo llegaba a su fin con el tema que da nombre al último álbum y a la gira de Lenny Kravitz, “Love revolution”.

Estaba claro que el concierto no podía acabar de esta forma, así que Lenny y su banda volvieron al escenario para hacer dos bises más, el primero de ellos interpretando “Believe”, donde Craig Ross se salió en el solo de guitarra; y el segundo y último el esperadísimo por todos “Are you gonna go my way”. Sin duda fue una formidable manera de bordar la espléndida actuación de uno de los grandes del mundo de la música actual.

Muchos han acusado a Lenny Kravitz de repetitivo, de comercial, de poco original y de dejar ver demasiado sus influencias en sus canciones, en su sonido y en su actitud en el escenario; pero lo único cierto y lo verdaderamente importante cuando uno se gasta 45 Euros en la entrada de un concierto es que, tanto él como la magnífica y profesional banda que le acompaña (empezando por el guitarra Craig Ross, acabando por la veterana sección de vientos y pasando por la sólida parte rítmica), dieron un auténtico espectáculo de rock n’ roll, funky y soul que muchos tardaremos en olvidar. Un diez para el tío Lenny.

El Artista Multimedia del Bajo Aragón

domingo, julio 27, 2008

Concierto de Bellrays (Granada 18/06/2008)

Bellrays: La chica es guerrera

Por qué negarlo. El mundo del rock es machista por tradición y códigos. Existe una descompensación de género brutal entre iconos de ambos sexos. Por eso, asombra la figura de Lisa Kekaula, una vocalista de color y arrobas que concentra todas las virtudes del manual del buen ‘front-man’. En las dos últimas décadas ha consolidado una marca que, a pesar de las variaciones en la formación, encarna el empuje y el arrojo del rock de Detroit, la afectación del soul, la inmediatez del riff y la profundidad de aristas del linaje afroamericano.

Sin pelo en pecho ni ‘baby’ a quien apelar, al concierto de Bellrays sólo le faltó una banda de metales para rozar lo sublime. Los californianos se encontraron una sala El Tren llena, agitada por la victoria ‘in extremis’ de España ante Grecia –que pudieron seguir en una pantalla gigante– y ya sudados tras la actuación de los teloneros –también de protagonismo femenino–, The Ettes. Presentaron su último trabajo, ‘Hard, sweet and sticky’, o sea, duro, dulce y pegajoso, que es como definen su sonido. La mezcla que algún rocker equiparó a lo que saldría si alguna vez Tina Turner se aliara con Motörhead.

Sirvieron trallazos de su flamante cancionero, como ‘The same way’ o ‘Psychotic hate man’, apisonadoras de rock n’ roll que con las grietas de la garganta de Kekaula ganan en intensidad y hasta en credibilidad. Incluso la vertiente soulera de temas como ‘The fire next time’, con esa evocadora sofisticación, se vio teñida por la torrencial descarga de voltaje. Nadie echó en falta la garrafa de testosterona. Sobraron ovarios.

Eduardo Tébar

viernes, julio 25, 2008

Enrique Bunbury. Lo demás es silencio (Pep Blay) 2007

“Enrique Bunbury. Lo demás es silencio” es la biografía autorizada de Enrique Bunbury escrita por el periodista musical catalán Pep Blay. Concebida durante la gira “Freak Show” y gestada durante el periodo de tiempo que fue entre el accidentado final de la gira “El viaje a ninguna parte” y el anuncio del regreso a los escenarios de Héroes del Silencio, “Enrique Bunbury. Lo demás es silencio” narra con todo lujo de detalles la trayectoria musical del artista aragonés. En ella se explica desde su primer contacto con la música y la formación de sus primeras bandas; hasta el día después de ponerse a la venta las entradas del primer concierto de Zaragoza de la gira Tour 2007 de Héroes del Silencio; pasando por la creación, crecimiento y primera disolución de Héroes del Silencio y por todas las etapas de su carrera en solitario.

El estilo narrativo de Pep Blay en este libro es un tanto curioso. Al contrario que muchas otras, esta no es la típica biografía en la que su autor comience a contar la historia del personaje en cuestión en riguroso orden cronológico, en tercera persona y desde la objetividad de alguien que se está limitando a explicar unos hechos. Aquí, desde un principio, Pep Blay se implica en la historia y la cuenta prácticamente en primera persona, dando la sensación de estar leyendo una novela policíaca en la que su protagonista (en este caso Pep Blay) es un detective que investiga unos hechos (en este caso la vida de Enrique Bunbury) recopilando diferentes pruebas y testimonios para llegar a resolver algún caso. Tanto es así que Blay no deja escapar prácticamente ningún detalle sobre sus fuentes de información, sobre el lugar concreto donde se producen sus citas con diferentes personajes del entorno de Enrique Bunbury, o incluso sobre sus entrevistas y encuentros personales con el mismo Enrique Bunbury, totalmente al corriente de lo que Pep Blay se trae entre manos. En el hipotético caso de que la biografía no hubiera sido autorizada, me pregunto si Pep Blay hubiera tenido el mismo acceso a determinadas fuentes de información como ha tenido.

Por lo que se puede leer, parece como si Pep Blay no hubiese sido un gran admirador de Enrique Bunbury hasta bien avanzada su carrera en solitario. Datos que cualquier fan medio de Héroes del Silencio o Bunbury conocen a la perfección desde hace algunos años, es como si a Pep Blay le provocasen una enorme sorpresa así como los va conociendo. Lo que no deja de ser curioso es cómo alguien que sigue la carrera de un artista que lleva más de veinticinco años en activo desde hace relativamente poco, puede acabar idolatrándolo de la manera que lo hace Blay. En determinados pasajes del libro uno no sabe si está leyendo la biografía de Enrique Bunbury, un cantante zaragozano, o la de Moisés, Abraham o cualquier profeta bíblico que se encuentra por encima del bien y del mal.

Como conclusión puedo decir que “Enrique Bunbury. Lo demás es silencio”es un libro muy entretenido y del todo imprescindible para cualquier fan de la carrera de Bunbury que se precie. De todas formas no sé para qué digo esto si todos los fans de Bunbury ya se lo habrán leído incluso más de una vez.

Rubén (El Artista Multimedia del Bajo Aragón)

domingo, julio 20, 2008

Permanent vacation (Aerosmith) 2004

En los últimos años la editorial Masterplan se está dedicando a publicar, a un precio muy asequible, antiguas grabaciones de conciertos íntegros de las bandas clásicas del hard-rock de los 90, posiblemente registradas en su momento para su posterior emisión en televisión. En este DVD le toca el turno a uno de los más grandes grupos, no sólo de los 90 sino de la historia del rock: Aerosmith. La cita tuvo lugar la noche del 19 de Enero de 1990 durante la gira de promoción del álbum “Pump”.

Cuando le damos al botón de “play” lo primero que nos llama la atención es la lamentable calidad de imagen y de sonido del DVD. Lejos de pasar por un mínimo proceso de limpieza y remasterización digital, el concierto parece haber sido pasado a pelo de la cinta al DVD. Incluso en determinadas tomas da la sensación de estar viendo una cinta VHS muy usada más que un DVD.

Al margen de temas técnicos, el concierto en sí es todo un derroche de energía y rock and roll protagonizado por un Steven Tyler que, ataviado con un mono blanco que deja su pecho al aire, no suelta su clásico pie de micro cuajado de fulares; y por un Joe Perry que inicia el show portando una chupa de cuero en la que puede verse grabada la cruz de la portada del “Appetite for destruction” de sus colegas Guns N’ Roses, y que va cambiando de modelo de guitarra prácticamente en cada tema. Por lo que respecta al resto de la banda, a excepción del batería Joey Kramer, los demás miembros prácticamente ni se cantean de su sitio del escenario, un escenario decorado como si de la azotea de un hotel se tratase.

El repertorio del concierto es el que cualquiera puede esperar en una actuación de Aerosmith: “Mama kin”, “Rag doll”, “Draw the line”, “Dream on”, “Love in an elevador”, “Sweet emotion” o “Train kept a rollin” son algunos de los temas que suenan. A excepción de “Walk this way” y de los temas más conocidos del álbum “Get a grip” (todavía no grabado en aquella fecha), el concierto es un recopilatorio de grandes éxitos de los de Boston interpretado en directo. Y es que poco más han hecho Aerosmith que valga la pena después de 1990. Tampoco falta el tema cantado por Joe Perry con el que se da descanso a Steven Tyler, en este caso el clásico del blues “Red house”. Como anécdota, decir que sorprende el hecho de que ninguno de los miembros del grupo tenga micrófono en su posición pero que durante todo el concierto suenen coros en las canciones. ¿De dónde salen esos coros?

Sin duda alguna, el concierto debió ser formidable para estar allí presente y vivirlo en directo, pero para verlo por televisión y en las condiciones visuales y sonoras ofrecidas por Masterplan, pues la verdad es que no vale mucho la pena, para qué nos vamos a engañar.

Rubén (El Artista Multimedia del Bajo Aragón)

martes, julio 15, 2008

Concierto de Bob Dylan (Jaén 05/07/2008)

Bob Dylan: Su causa es el blues

La recóndita superficie del ferial de Jaén acogió un recital del escritor de canciones más influyente de la historia del rock. Suena extraño, pero ya nos vamos acostumbrando a estas inverosimilitudes materializadas por obra y gracia del caudal público. Escenificado entre olivos, Dylan no pronunció ni una palabra sobre las delicias del aceite autóctono. El PP de la capital acusa al Ayuntamiento de despilfarrar los 406.000 euros que Zimmerman cobró por el bolo. Pero que nadie se engañe. Bob pasa cuatro pueblos del agua de Zaragoza y de la privilegiada agricultura jienense. Como tampoco picha en su programa de radio a Amaral o a Quique González, su telonero en el enclave andaluz. Al cantautor, como a cualquier otro trabajador, le gusta hacer caja y emigra a los destinos donde mejor pagan. Las causas loables dejaron de suponer un estímulo creíble más o menos cuando grabó ‘Hurricane’.

En el repertorio del Bob Dylan de 67 años no aparece la proclama a Huracán Carter. Ni siquiera las múltiples alusiones españolas de su cancionero –Madrid, Barcelona o Durango han sido espacios recurrentes en sus relatos–. El de Duluth se aferra al blues en el crepúsculo de su carrera. A la raíz de la música popular norteamericana, que explora con cariz de alumno aventajado, como un ratón de biblioteca que se niega a abandonar una búsqueda interminable. En su caso, un tour que no se acaba nunca. La luctuosa banda que le sigue ejecuta con obediencia y destreza el sonido primigenio que quiere el jefe. Un ‘swingueante’ rock n’ roll de entreguerras que se recibe con decoro y suavidad gracias a la prodigiosa pericia de instrumentistas como Denny Freeman a las seis cuerdas.

El autor de ‘Blonde on blonde’ presenta irreconocibles autoversiones de la rama más blues-rock de su temario. Es cierto. Aunque nadie ha subrayado el hecho de que calque con una precisión propia de John Myatt piezas de ‘Modern times’ como ‘Rollin’ and tumblin’, que beben directamente de las aguas de Muddy Waters. ¿Conclusión? La veterana estrella ha encontrado un sitio confortable entre los vetustos vinilos. Y saca brillo a las secuencias melódicas de la América profunda con su inabarcable manantial literario. A pesar de que su vocalización resulte pésima y de sus lacónicos fraseos de garganta de lija.

Dylan aguantó de pie en el teclado durante todo el concierto. Regaló contadas sonrisas a la audiencia. Y cuando caminó por el escenario, lo hizo con andares de granuja pinturero. El público cazó al vuelo las del último disco. Intuyó ‘Lay, lady, lay’, ‘Memphis blues again’, ‘Highway 61 revisited’ y la oscarizada ‘Things have changed’. Del resto se rascó poco, si bien ese final con ‘Like a rolling stone’ supo a golosina de premio. Con la graciosa síncopa de verse uno cantando el clásico a la manera del álbum mientras el compositor de la pieza casi la leía en plan informativo. Con todo, los 5.000 asistentes salieron contentos y con la sensación de sueño cumplido, aunque quizá a destiempo. Acceder a Bob exige esfuerzo y cierta cultura. Alguno se quedó solo llamando a las puertas del cielo. Ah, pero nadie le llamó Judas.

SET LIST:

• Watching the river flow
• Lay, lady, lay
• The levee’s gonna break
• Stuck inside of mobile with the Memphis blues again
• Moonlight
• Rollin’ and tumblin’
• Workingman’s blues #2
• Things have changed
• The lonesome death of Hattie Carroll
• It’s alright, Ma (I'm only bleeding)
• Spirit on the water
• Highway 61 revisited
• Ballad of Hollis Brown
• Summer days
• Ain’t talkin’

• Thunder on the mountain
• Like a rolling stone


Eduardo Tébar

martes, julio 08, 2008

Live at Montreux (Eric Clapton) 2006

Hay que ver lo traicionero que puede llegar a ser el paso del tiempo, y más cuando existen testimonios gráficos como este DVD de Eric Clapton editado en el año 2006 pero registrado en 1986. No soy ni admirador ni conocedor de la obra de “Manolenta”, pero al ver la carátula en la sección musical de la biblioteca de mi barrio no pude resistir la tentación de llevármelo a casa para visionarlo.

“Live at Montreux” es la grabación completa de la actuación de Eric Clapton que tuvo lugar hace veintidós años en el Montreux Jazz Festival, uno de los festivales de jazz más prestigiosos a nivel internacional. Para aquella ocasión Eric Clapton contó con la colaboración del mismísimo Phil Collins en la batería y de Greg Phillinganes en los teclados y Natahn East en el bajo, dos músicos a sueldo que a lo largo de su carrera han prestado sus servicios a distintos artistas como Stevie Wonder, Paul McCartney o Michael Jackson entre otros.

En mi opinión, el concierto es un tanto aburrido. Entre que la calidad de imagen es bastante regular, propia de una grabación para televisión sin una demasiado cuidada realización; que Eric Clapton no me entusiasma demasiado; que el sonido de los 80’s con sintetizadores, percusiones programadas y efecto “flange” en las guitarras Stratocaster suena ya bastante cateto; y que no me sé la mayoría de las canciones del repertorio; pues la verdad es que “Live at Montreux” no ha sido uno de esos DVD’s que te pones a ver y que te enganchan desde el principio hasta el final. Ahora igual digo una barbaridad, pero es que yo ni siquiera considero a Eric Clapton ningún virtuoso de la guitarra como pueden serlo otros guitarristas contemporáneos suyos como David Gilmour o Mark Knopfler por ejemplo. Clapton tiene una voz de bluesero que no tiene ninguno de estos dos, pero por lo que respecta a la guitarra, a mí me parece un músico bastante normal.

Como de todo en la vida hay que sacar algo positivo, diré que lo que más me ha interesado del concierto han sido la versión de “I shot the sheriff” de Bob Marley y la interpretación de algunos clásicos de la carrera de Eric Clapton como “Layla”, “Cocaine” o “Sunshine of your love”. Además, también tiene su gracia la puesta en escena de “In the air tonight” por parte de Phil Collins tocando la batería y cantando a la vez.

Pero si tuviera que destacar algo por encima de todas las cosas de este “Live at Montreux”, destacaría el absoluto derroche de ochenterismo y horterismo que desprende todo él, no sólo musicalmente sino sobre todo estéticamente. La camisa de seda naranja con mangas hasta los codos y pechera desabrochada enseñando los pelos del pecho y la cadena de oro, los pantalones granulados de pinzas, y los zapatos mocasín marrón sobre calcetín blanco de deporte que porta Eric Clapton, son todo un espectáculo, digno todo ello de ser puesto a un maniquí y guardarlo en un hipotético museo de la moda de los ochenta. Eso por no hablar de los pantalones amarillos, el polo de rayas largo como una saya y la melena colgando detrás de la calva que luce Phil Collins.

Sin duda alguna, “Live at Montreux” es un documento curioso de esos que nunca está de más visionar. Lo que no comprendo muy bien es qué tiene que ver Eric Clapton y el “set-list” que despliega en este concierto con el jazz, pero bueno.

Rubén (El Artista Multimedia del Bajo Aragón)

sábado, julio 05, 2008

Concierto de Jean Michel Jarre (Barcelona 21/04/2008)

La sombra de ti mismo

Con motivo de la reciente celebración de los treinta años de la publicación de “Oxygène”, y después de haber realizado grandes hazañas dignas de figurar en los Record Guiness, Jean Michel Jarre huye de los enormes estadios y lugares públicos/míticos (pirámides de Egipto, por poner un caso) para dejarnos entrever su lado más íntimo, menos automático y más artesanal.

El concierto empezó con un leve retraso de unos diez minutos, absolutamente perdonables, mientras el respetable, desesperado por haber dejado pasar quince años desde que tocó por última vez en la Ciudad Condal, parecía una olla a presión a punto de reventar. Eso sí, con la justa elegancia y contención, que para algo estábamos en el Liceu.

Si bien todos los ojos estaban puestos en el escenario, del cual el que escribe no tenía ni idea de cómo sería, me sorprendió (y creo que a todos los que esperábamos) que la estrella mediática que es Jarre apareciera en el escenario desde el pasillo central del patio de butacas, estrechando manos y hablando una mezcla de inglés-catalán-francés, desapareciendo brevemente por su derecha para reaparecer de nuevo, y sin dejar de hablar pese a los aplausos, en el escenario. Éste estaba compuesto por cuatro “islas” de sintetizadores de hace treinta años, auténticas joyas de la época que el bueno de Jarre tenía en su estudio. Como es evidente, las tres “islas” de atrás estaban ocupadas por los miembros integrantes del equipo: Francis Rimbert, Dominique Perrier y Claude Samara, los cuales dejaban en un primer plano a Jarre, instalado a su vez en su “isla” particular, mucho más grande y con una salida que le posibilitaba la interacción con el público y los solos en momentos tan memorables como el del Theremin, el del Moog o el de la especie de guitarra digital que se asemejaba a un tubo.

Bien, todo lo anterior no es nada demasiado diferente al concierto que se proyectó en los cines hace unos meses y que se editó después en DVD con varios formatos (incluido uno en 3D) con el nombre de “Jean Michel Jarre, Oxygène: Live in your living room”, pero la verdad es que el concierto fue memorable por varias razones aunque se podrían destacar tres.

La primera ya la he comentado: el hecho de contar con la presencia de una leyenda a menos de cinco metros del que escribe (esto, evidentemente es una razón puramente subjetiva) y poder sentir el calor de las piezas tocadas en directo, equivocándose en algunos pasajes (improvisando y, a veces, alargando casi innecesariamente algo que ya de por sí es magnífico en su concepción original).

La segunda razón, sin duda más técnica, es la de ver esas maravillas electrónicas en funcionamiento. Cabe decir que al final del concierto, a modo de bis, se improvisó una tarima en la que Jean Michel Jarre tocó “Oxygène 13” con tan solo dos teclados, en los que tenía previamente pregrabados secuencias, ritmos, sonidos, etc., lo que da que pensar, teniendo en cuenta que momentos antes habían sido necesarios aproximadamente veinte aparatos y cuatro personas para ofrecer el mismo resultado.

Y, sin duda, la tercera razón (pero no por ello menos importante) es la de poder constatar que hay un numeroso público seguidor de este “congregador” de masas que le está ayudando a conseguir lo que se proponía al empezar la gira: el poder acercar su música de un modo más personal, más “íntimo” si se quiere, al público.

En el aforo había desde los típicos seguidores entusiastas, que echarán de menos en esta crónica un examen exhaustivo de los instrumentos que usa Jean Michel Jarre y su equipo, pero para eso está Internet; hasta familias con sus hijos los cuales no habían nacido cuando se publicó “Concerts in China” (1983). Es decir, una amplia variedad de edades.

Todos los temas del concierto fueron espectaculares, aunque sólo fuera por la calidad de sonido (excelente) y la sobriedad del escenario (apenas un espejo compuesto por seis partes algo “castigadas” en alguna de sus esquinas y una pantalla que casi al final proyectó un viaje virtual a través del cráneo de “Oxygène” además de alguna que otra animación). Por otra parte estaba la luz, muy bien compuesta, muy bien sincronizada con la música y, definitivamente, sobria y elegante.

Como resumen final me gustaría permitirme una pequeña excentricidad: el concierto tuvo cierto aire encantador, decadente si se quiere, si no tenemos en cuenta algunos momentos (Jean Michel Jarre yéndose un poco demasiado por las ramas en los solos con el Theremin o el Moog, dándose a doblarse casi por la mitad “exprimiendo” los instrumentos, o saltando en determinados momentos para alentar al público).

El ambiente del Liceu, las butacas, la perspectiva desde uno de los palcos, el Jarre hierático atenazando los botones de sus reliquias instrumentales, los tres acompañantes, sobrios, pausados, eficientes, sin hablar y sin gestos exagerados, los dedos casi danzando en los teclados y la oscuridad de ciertos pasajes daban cierto aire extraño al conjunto, casi atemporal. Quedé bastante asombrado de reencontrar a un Jean Michel Jarre tan situado, tan autolimitado, disfrutando realmente de lo que hacía y acordándose, de vez en cuando, del público y de lo que le ha permitido la fama: ser ahora (de momento) un auténtico dinosaurio (en el mejor de los sentidos) al margen de lo comercial, demostrándonos que, señores, esto fue su principio, ha viajado en el tiempo y lo que ven no es sino la sombra de sí mismo.

El Incal Negro